lunes, 11 de agosto de 2008

La actitud: componente fundamental de las competencias para la docencia.

Siempre he sostenido que la actitud es el factor determinante para asumir, o no hacerlo, las responsabilidades que demanda nuestro trabajo. Alguien puede dominar los conocimientos conceptuales y procedimentales que requiere el desempeño de una tarea. Pero, ¿que pasa si esta persona no se siente a gusto con lo que hace? ¿Influye esta variable en la calidad de su trabajo?. Por otra parte, ¿qué pasa cuando una persona no domina el bagaje conceptual y procedimental que le exige su trabajo?

Muy probablemente, una persona en la primera situación no pondrá en juego todos sus recursos y energía en el desempeño de su trabajo, ni sentirá mayor compromiso con la calidad de sus resultados; bastará para él o para ella alcanzar los parámetros mínimos requeridos y cumplir con la rutina que exige el trabajo. No le preocupará el impacto social de su trabajo ni las consecuencias de no hacerlo bien. Estas afirmaciones tienen validez para cualquier tipo de trabajo, rol o tarea que debamos realizar.

En el segundo escenario hay dos posibilidades: la primera se da cuando la persona, además de sus carencias técnicas es irresponsable; en este caso, la sociedad tendrá que mantener a una persona cuyo único afán es cobrar un salario cada fín de mes. La segunda posibilidad es la de encontrarnos a alguien con deficiencias técnicas, derivadas de una formación deficiente, o por la falta de experiencia pero que tiene un interés profundo en mejorar su perfil profesional. Muy probablemente, este último trabajador buscará las oportunidades y apoyos para ir superando sus carencias técnicas, de tal modo que paulatinamente su desempeño irá mejorando.

Al analizar las tres situaciones anteriores se encuentra en ellas un común denominador: la actitud. Esta es la llave del cambio y del mejoramiento de los procesos educativos. El éxito de cualquier proceso de mejora en el aula está determinado en gran medida por la actitud de los docentes que han de implementarlo. La ecuación es simple: actitud correcta=acción correcta.

¿Qué hacer para que los docentes adopten la actitud correcta?
¿Se puede lograr a partir de la adopción de sistemas administrativos que se apoyan en un elevado índice de normatividad y de coercitividad?
¿O con ello solo se asegura el desempeño mínimo, o en el peor de los casos la institucionalización de una cultura del engaño.
¿Acaso hay alguna organización que haya avanzado en procesos de mejora a partir de "cumplimientos mínimos aceptables" por parte de su fuerza laboral?

Las interrogantes anteriores serán el hilo conductor de la siguiente reflexión. Si tienes comentarios no dudes en plantearlos y así enriquecer esta discusiòn.

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